Todavía no me explico por qué me encuentro en esta
situación. Así, vestido con un feo camisón de vieja arrugada y una cofia que me
oprime horriblemente las orejas. Encerrado en una casa. Echado en una cama con
olor a naftalina barata si prefiero, mil veces, el fresco pasto del valle. No,
no lo sé. O sí. Llevo una semana sin comer nada. Los malditos leñadores están
deforestando el bosque. Con sus hachas afiladas pretenden dejar espacio a
complejos turísticos que, según ellos, dinamizarán la región con nuevos ingresos
económicos. Bobadas. Lo único que están consiguiendo es ahuyentar a los
animales y romper la cadena alimentaria. No me han dejado otra salida. Sólo esa
niña puede evitar que muera de inanición.
Una caperucita roja de Marjolaine Leray. |
Con la barriga encogida y el estomago rugiendo, vi pasar por el sendero a esa hermosa criatura de rosadas mejillas y carnes voluptuosas. Ataviada con una caperuza roja y una cesta rebosante de viandas en su brazo, iba distraída recogiendo flores y cantando. Sinceramente, no es que tenga predilección por la carne humana. Es más, nunca la he probado. Pero cuando el hambre aprieta, uno puede andarse con chiquitas pero no ser quisquilloso. Primero pensé en robarle la cesta, pero pronto entendí que no iba a ser suficiente. Me emborracharía con la botella de vino y tendría un fatídico ataque de hiperglucemia con las tortas. Descartado. Necesitaba proteínas y únicamente ella podría proporcionármelas.
Me acerqué de la manera más sutil y amable posible, no fuera
que se asustara. Sorprendentemente, ella no mostró ningún reparo. Descarada, me
habló -largo y tendido- de su madre, de la pesadez de sus insistentes consejos
y, en especial, de su adorable abuela. Una anciana que estaba postrada en la
cama, enferma y deseosa de recibir ese día los cuidados de su nieta predilecta.
Hubiera sido más fácil zampármela en ese momento. Ahora me arrepiento de ello.
Me acobardé. Pese a nuestra mala fama, no estoy acostumbrado a cometer
semejantes atrocidades y, menos, en público. Opté, pues, por engañarla. Por
esta vez, me puse en la piel del zorro.
Astutamente, le aconsejé recorrer el camino aparentemente más
bello para llegar a su destino. Ingenua y hedonista, fue fácil convencerla. También
es el trayecto más largo. De esta manera, me dio tiempo de llegar antes que
ella y preparar, con mejor precisión, la escena del bocado ejecutor. La abuela,
más cerca del juicio final que del universo de los mortales, no opuso
resistencia. Sólo con verme, peludo y apestoso, cayó desplomada al suelo. Ahora
duerme, imperturbable, dentro del armario.
Son las cuatro de la tarde y Caperucita ya debería estar
aquí. Esa niña malcriada seguro que se ha entretenido con el príncipe sapo.
Demasiadas distracciones, quizás calculé mal y no debería haberla expuesto a
cruzar el río. Encima, me pica todo el cuerpo. ¿De qué estará hecha esta ropa?
¿O será el suavizante? No creo que pueda soportar, por mucho tiempo más, este
disfraz tan penoso.
Toc, toc. Llegó. La boca se me hace agua pensando en que
esta angustia va a llegar a su fin. “Pasa, querida. La puerta no tiene el
pestillo puesto”. A contraluz veo su apetitosa figura, un poco deformada por la
cantidad ingente de flores que trae consigo. No me voy andar con rodeos. Cuando
se acerque a una distancia óptima, saltaré sobre ella y la devoraré. Intentaré
que el golpe de gracia sea seco, certero y lo menos doloroso posible. No quiero
hacerla sufrir, al fin y al cabo no deja de ser una víctima inocente del
sistema capitalista.
Contra todo pronóstico, la muy mojigata me dice: “No pareces
enferma. Diría que haces mejor cara que la última vez que te vi, abuela”.
¿Cómo? Esa parte no aparece en el libro ‘Los
mejores cuentos clásicos de la historia’. Tantos años de escuela, tantas horas
memorizando el relato edulcorado de los hermanos Grimm, y ahora todo parece
haberse vuelto del revés.
Considerablemente ebria y con restos recientes de chocolate en
la boca, no cruza ni el marco de la puerta de la habitación. ¿Qué hago? ¿Me
abalanzo ahora, aún a sabiendas que está demasiado lejos y podría advertirla de
mis intenciones, o espero a que se aproxime un poquito más? No alcanzó a escoger
la mejor opción. “Ahora vuelvo”, exclama. Con un sonoro portazo tras de sí,
vuelvo a la cruda realidad.
Oigo como se aleja hacia la cocina. Su risa, a carcajada
limpia, me hace presagiar lo peor. No está sola. Ha venido acompañada por un
grupo de leñadores. No contentos con el licor de la cesta, están desvalijando
de anís la despensa de la abuela. Hay para un buen rato.
Prisionero en la habitación, sin escapatoria posible. Mi
estómago sigue gruñendo, cada vez más y más fuerte. Sé que no es lo mismo, que incluso
es de mal gusto, que me puede resultar indigesto, pero me juego el pellejo. Lo
más silenciosamente que puedo, me desvisto. ¡Qué alivio! Por fin he recuperado
mi estado natural, mi instinto animal.
Me dirijo al armario, abro la puerta y… ¡zas!, me como a la
anciana.
Interesantes versiones animadas alternativas al cuento de Perrault:
RED de Hyunjoo Song.
RED 'Based on a true fairy tale' de RED
RED de Hyunjoo Song.
RED 'Based on a true fairy tale' de RED
Me gusta el relato, el punto de vista del lobo y el tono ecologista. Muy original. El primer video me ha encantado también. Felicitaciones!!!!!! :-)
ResponderEliminarGràcies Piluca! :)
Eliminarmás vale pajaro viejo en mano, que caperucita volando! Muy bueno, me he reido mucho
ResponderEliminarViniendo de tí, hombre del rostro imperturbable, es todo un cumplido. Gracias!
Eliminarm'encanta la teva versió de la caputxeta, jajajaa. et senta genial argentina. volem un conte cada setmana ; )
ResponderEliminarsmuackssssssss
txell
Argentina m'està revifant. Sobre el tema del conte setmanal, ho intentarem. Si no contes, relats curts setmanals! Una abraçada
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