viernes, 18 de mayo de 2012

Monólogo de un plátano canario frente al cadáver de una sandía


Campo árido de las Islas Canarias, en España. Al levantarse el telón, una solitaria palmera platanera. La sombra de la silueta de la planta, en penumbra, deja ver un hueco en la tierra y, sobre éste, una sandía abierta con un gran tajo.

Cae el plátano de la palmera, justo al lado de la sandía. La contempla encogido para después volverse con gran esfuerzo hacia los espectadores.

PLÁTANO CANARIO – ¡Oh! ¡Amor mío, sandía mía! La muerte, que ha extraído el jugo dulce de tu cáliz, no ha tenido poder aún sobre tu henchida hermosura.  El carmín, propio de la belleza, luce impertérrito bajo tu dura corteza verde y esta desvergonzada carne pulposa, a pesar de que ya ondea sobre ti la pálida bandera de la muerte. Te estás desangrando y yo no puedo hacer nada para remediarlo. Mi familia considerándote una trepadora, una rastrera insolente, una fruta de otra calaña. Y yo, lleno de gozo, viendo crecer tus tallos pilosos desde las alturas, desde arriba de la palmera. Ahora que te tengo cerca, que he bajado a tu terreno, este silencio y la desolación son mi única compañía. No es justo. Todavía resuenan en mi cabeza los reproches de mis hermanos, tan numerosos y pegajosos. Nunca entendieron nuestro amor. ¿Qué tiene que ver un Musáceo con una Citrullus Lanatus? Para colmo, reforzaron sus argumentos, su oposición, con la evidencia médica de que nuestra unión sólo podía provocar flatulencias y dolor estomacal. ¿Por qué no esperaste a que mis pintas negras se hicieran más vistosas y cayera maduro en tu regazo? ¿No era una señal lo suficientemente visible? A mí nunca me importó la aspereza de tu piel, ni las incómodas pepitas marrones que amenazaban con causarme asfixia por atragantamiento. Me enamoré perdidamente de ti cuando me mostraste la flor, de ese amarillo intenso. Por un instante, tu florescencia espontánea y mi piel imberbe fueron una. Compartimos un mismo color, una misma proeza, un mismo gesto de amor. Señal irrefutable de que, en lo más profundo de nuestro ser, tampoco éramos tan diferentes (suspiro compungido AAA).

No, impaciente fruta acuosa. Lo acordado no era que lucieras tan lustrosa, tan refrescante, tan apetitosa para la hija del campesino. Mostraste tu esplendor antes de tiempo. Saliste a la superficie hoy, ¡ingenua!, maldito día, ¡fatídico día de calor infernal! Mucho antes de que yo creciera lo suficiente y pudiera llegar a tiempo para consumar nuestra unión. La sed de esa niña caprichosa y sus ansias por no perder la figura, han hecho que te escogiera a ti, amada mía. Y no será porque este huerto no ofrezca la mayor variedad de la región. ¡Horrible, perverso destino! (imparables gotas rezumando en el musáceo) ¿Por qué luces tan bella aún? El cuchillo del padre ha sido certero. ¡Te suicidaste en vida! Y me pregunto: ¿qué mayor servicio puedo ofrecerte ahora, ¡oh  amor!? ¿Acelero la maduración despojándome anticipadamente de mi propia piel para pudrirme a tu vera o, por el contrario, me ofrezco rutilante a ese deportista que viene corriendo por el prado? ¡Perdonadme, hermanos! (mirando hacia arriba). Aquí, aquí voy a estacionarme con los gusanos, tus actuales compañeros carroñeros (apoyándose contra la sandía). Si he conseguido arrancarme de la piña y saltar al vacío, permanecer a tu lado va a ser banano comido, nunca mejor dicho. Así, nos consumiremos juntos y viviremos la muerte como no hemos podido vivir la vida. (El deportista, sudado, toma un respiro debajo de la palmera).

¿Es la putrefacción, ni que sea por amor, lo que quiero? ¿Amor a la muerte o amor a la vida? Lo he pensado mejor (con tono y postura épica). Me retracto, Julieta mía. Siempre me dijeron que era muy sacrificado, pero también muy práctico, además de rico en potasio. He cambiado de opinión. Creo que prefiero pasar a la posteridad con un acto realmente heroico. Ser fuente de energía y dejar un legado en el cuerpo fibroso de este ser humano. (Mirando fijamente a la audiencia) ¡Cuántas veces los plátanos, a punto de ser devorados, han sentido tanto regocijo! ¡El postrer relámpago vital, como diría Romeo! Ven, sufrido deportista, aquí te estoy esperando. No hay vuelta atrás. De un mordisco, muero.

El deportista se levanta, agarra el plátano, lo pela lentamente. Lo engulle. Se seca el sudor de la frente y emprende nuevamente la carrera.




*Ejercicio donde se pretendía hacer una versión libre de la escena de Romeo frente al cadáver de Julieta.


Enlaces interesantes:
Romeo frente al cadáver de Julieta. De 'Falsificaciones' de Marco Denevi.
(realmente un buen texto!)

2 comentarios: