Todavía no me explico por qué me encuentro en esta
situación. Así, vestido con un feo camisón de vieja arrugada y una cofia que me
oprime horriblemente las orejas. Encerrado en una casa. Echado en una cama con
olor a naftalina barata si prefiero, mil veces, el fresco pasto del valle. No,
no lo sé. O sí. Llevo una semana sin comer nada. Los malditos leñadores están
deforestando el bosque. Con sus hachas afiladas pretenden dejar espacio a
complejos turísticos que, según ellos, dinamizarán la región con nuevos ingresos
económicos. Bobadas. Lo único que están consiguiendo es ahuyentar a los
animales y romper la cadena alimentaria. No me han dejado otra salida. Sólo esa
niña puede evitar que muera de inanición.